11 de diciembre de 2011

El significado de la Navidad cuando envejecemos / Charles Dickens

 

Hubo una época en la que, para la mayoría de nosotros, la Navidad llenaba nuestro pequeño mundo, y lo ocupaba hasta tal punto que no deseábamos nada nuevo ni tampoco echábamos nada de menos. La Navidad reunía nuestras alegrías hogareñas, nuestros afectos y nuestras esperanzas, agrupaba a todos y a cada uno alrededor del hogar navideño y conseguía que la pequeña escena brillara perfecta ante nuestros ojos.

Llegó tal vez demasiado pronto el tiempo en que nuestros pensamientos saltaron esos estrechos límites, cuando llegó a nuestra vida una persona (muy querida, eso pensamos entonces, tan hermosa y absolutamente perfecta), y creímos que ella era absolutamente necesaria para completar la plenitud de nuestra felicidad. Fue el tiempo en que se nos requería también en otro hogar, habitado por esa persona (o al menos así lo creíamos, y actuamos en consecuencia). En aquel tiempo entrelazábamos su nombre en cada corona y guirnalda de nuestra vida.
¡ Esa era la época de las brillantes y soñadas Navidades que ya se han alejado de nosotros, para mostrarse débilmente, después de las lluvias del verano, en las franjas más pálidas del arco iris! Era la época en la que gozábamos ingenuamente de las cosas que iban a suceder...y que nunca sucedieron. Y, sin embargo, ¡todos aquellos deseos resultaban tan reales entretejidos en nuestras esperanzas que ahora sería difícil decir qué hechos de nuestras vidas han sido más reales!
¡Cómo! ¿Nunca tuvo lugar en realidad esa Navidad en la que dos familias unidas__pero poco antes enfrentadas por nuestra culpa__nos recibían, a nosotros y a nuestra joya de inestimable valor__nuestra elección de juventud__, después de celebrarse el más feliz de los matrimonios completamente imposibles? ¿Nunca existió esa Navidad en la que hermanos y cuñadas__que siempre fueron tan fríos para con nosotros, antes de que nuestro parentesco se verificara__, nos adoraron y nos agasajaron? ¿No existió esa Navidad en la que nuestros padres y madres nos abrumaron con suculentas rentas? ¿Existió realmente alguna vez esa cena de Navidad, después de la cual nos levantamos, y generosa y elocuentemente rendimos honor a nuestro último rival, presente entre los invitados, y allí mismo nos juramos amistad y perdón, y encontramos un afecto que no se conoce ni en la historia griega o romana, perdurable hasta la muerte? ¿Hace mucho que ha dejado de importarle a ese rival nuestra misma joya de inestimable valor? ¿Le ha dejado de importar hasta el punto que después de casarse por dinero acabó siendo un usurero? Pero, sobre todo, ¿estamos seguros ahora, realmente, de que hubiéramos sido desgraciados si nos hubiéramos quedado con esa joya y que vivimos mejor sin ella?
¿Existió esa Navidad en la que, tras adquirir alguna fama y después de que nos llevaran en triunfo por haber hecho algo grande y noble, tras habernos hecho un nombre digno y honorable, cuando regresamos de nuevo al hogar fuimos recibidos en medio de un torrente de lágrimas de alegría? ¿Es posible que esa Navidad no se haya producido?
Y, en estos momentos, en el mejor de los casos, ¿ha llegado nuestra vida a ser de tal modo que, deteniéndonos en este hito del camino, que son estas grandes fiestas de la Navidad, miremos hacia atrás con tanta naturalidad y certeza, y con toda seriedad, hacia las cosas que nunca ocurrieron o a las cosas que fueron y ya se han ido como a las que fueron y existen todavía? Y si es así, y así parece serlo, ¿debemos llegar a la conclusión de que la vida apenas si es mejor que un sueño y de nada valen los amores y los esfuerzos que acumulamos en su transcurso?
¡No! ¡Apartemos lejos de nosotros esa mal llamada filosofía, querido lector, en el día de la Navidad! ¡Acerquemos a nuestro corazón el espíritu de la Navidad que es el espíritu de la utilidad activa, de la perseverancia, del alegre cumplimiento de los deberes, de la bondad y el perdón! Es en estas últimas virtudes especialmente donde las dudosas visiones de nuestra juventud nos fortalecen o deben fortalecernos, porque, ¿quién puede afirmar que no son nuestras maestras a la hora de enfrentarnos a las incontables necedades del mundo?
Por eso, cuando llegamos a cierta edad, debemos estar aún más agradecidos de que el círculo de nuestros recuerdos de Navidad y las nuevas lecciones que aporta se expanda aún más. Demos la bienvenida a cada uno de nuestros recuerdos y emplacémosles a ocupar su lugar junto a la chimenea.
¡Bienvenidas, viejas aspiraciones, brillantes hijas de una ardiente fantasía! ¡Venid y refugiaos aquí, bajo el acebo navideño! Ya os conocemos y aún no os hemos olvidado. ¡Bienvenidos viejos proyectos y viejos amores, incluso los más efímeros, venid a vuestro refugio, entre las luces que arden a nuestro alrededor! ¡Bienvenido todo lo que alguna vez fue real en nuestros corazones! ¡Y que la buena fe lo convierta en real, gracias al Cielo!
¿Por qué no construimos también castillos de Navidad en el aire? Dejemos que nuestros pensamientos, agitándose como mariposas entre estos niños preciosos, lo atestigüen. Delante de estos niños se extiende un futuro aún más brillante que lo que hemos entrevisto en nuestra mejor época romántica, pero más luminoso en honor y verdad. Alrededor de esa cabecita de rizos dorados, las gracias danzan tan bellas, tan alegres, como cuando no había tijeras en el mundo capaces de cortar los rizos de nuestro primer amor. Y en el rostro de esa otra niña, más apacible y de radiante sonrisa, un rostro pequeño, pero sereno y amable, vemos la palabra “Hogar” claramente escrita. ¡Irradiando de esta palabra, como los rayos irradian de una estrella, sentimos la certeza de que, cuando nuestras sepulturas son ya viejas, otras esperanzas son jóvenes, otros corazones distintos de los nuestros se conmueven; y cómo los caminos se allanan; y cómo florecen otras felicidades, y maduran, y se marchitan...¡No, nada de flores marchitas, pues otros hogares y otros grupos de niños, que no existen todavía y que vendrán en años venideros, surgirán, florecerán y madurarán hasta el fin del mundo!
¡Que así sea! ¡Bien está! Bien está lo que ha sido lo que nunca fue y lo que esperamos que pueda ser, y que todo ello encuentre cobijo bajo el acebo, alrededor del fuego de Navidad, donde todo tiene su sitio en el amable corazón. ¿Y si, entre sombras dudosas, vemos furtivamente en las llamas el rostro de algún enemigo? Debemos perdonarle por ser el día de Navidad. Si el daño que nos hizo le permite estar con nosotros, dejémosle acercarse y ocupar su lugar. Si desgraciadamente no es así, dejemos que se aparte, y no lo injuriemos ni lo acusemos.
¡Nada es imposible en Navidad!
__¡Un momento!__dice una voz profunda__. ¿Nada? ¡Piénselo!
__En Navidad, no se le cierra a nadie la puerta. Ni a Nada.
__¿Ni a la sombra de esa vasta Ciudad donde las hojas secas yacen en capas profundas?__pregunta la voz__: ¿Ni a la sombra que oscurece el mundo entero? ¿Ni a la sombra de la Ciudad de la Muerte?
__Ni siquiera a eso. De todos los días del año, el día de Navidad es precisamente cuando volvemos nuestro rostro hacia esa Ciudad, y desde sus silenciosas multitudes traemos hasta nosotros a aquellos a quienes amamos. Ciudad de los Muertos, en el nombre bendito de los cuales estamos aquí reunidos ahora y, en presencia de Quien está aquí, entre nosotros, de acuerdo con la promesa que hicimos, recibiremos y no olvidaremos a aquellos a quienes amamos.
Sí. Podemos adivinar a esos ángeles infantiles, leves, solemnes y maravillosos, entre los niños de verdad, junto al fuego, y nos resulta imposible concebir cómo pudieron alejarse de nosotros. Divirtiendo a los ángeles invisibles, como hacían los patriarcas, los niños que están jugando no son conscientes de estar rodeados de esos invitados; pero nosotros podemos verlos__podemos distinguir un brazo deslumbrante alrededor del cuello de algún amigo favorito, como si fuera la tentación de un amigo perdido__. Entre las figuras celestiales hay una, que fuera un pobre niño deforme en esta vida, que ahora es de una magnífica belleza, a quien su madre se refirió al morir, diciendo cuánto la apenaba dejarle en este mundo, solo, durante tantos años, pues era posible que transcurrieran muchos hasta que volvieran a reunirse, pues en aquel entonces era muy niño. Pero él se fue muy pronto; y lo colocaron sobre el seno materno, y ahora lo lleva de la mano.
Hay un muchacho joven, que cayó en tierras lejanas, sobre la arena cálida bajo un sol ardiente, diciendo: “Decidle a los míos, con todo mi amor, cuánto hubiera deseado besarlos una vez, pero que muero contento, ¡cumpliendo con mi deber!” O ese otro, sobre quien se pueden leer estas palabras: “Por eso, confiamos este cuerpo a las aguas del mar”, y así lo entregaron a los solitarios océanos y continuaron el viaje. O aquel otro, que se tumbó a descansar bajo la fresca sombra de un bosque inmenso, y no despertó ya jamás en este mundo. ¡Qué! ¿Acaso no desean venir en estas fechas a su hogar, desde las arenas, los océanos y los bosques?
Hay también una niña adorable, casi una mujer, que nunca llegaría a serlo, que convirtió la Navidad de un hogar alegre en un día de duelo, y se alejó por un camino sin huellas hasta la Ciudad silenciosa. La recordamos agotada, susurrando débilmente algo que apenas se oye, y hundiéndose en el último sueño. ¡Oh! ¡Mirad su rostro ahora! ¡Mirad su belleza, su serenidad, su juventud inmutable, su felicidad! La hija de Jairo fue devuelta a la vida para morir otra vez, pero ella, más feliz, oyó la misma voz, que le dijo: “Levántate para siempre”.
Tuvimos un amigo, que lo fue desde nuestra edad temprana, con quien a menudo imaginamos los cambios que sobrevendrían en nuestras vidas y alegremente auguramos cómo hablaríamos, caminaríamos, pensaríamos y conversaríamos cuando llegáramos a viejos. Se le destinó una habitación en la Ciudad de la Muerte cuando estaba en la flor de la vida. ¿Debemos cerrarle la puerta de nuestro recuerdo en Navidad? ¿Su amor nos habría olvidado?
Amigo perdido, hijo perdido, padre perdido, hermana, hermano, esposo, esposa, ¡nunca os olvidaremos! Tendréis vuestro lugar abrigado en nuestros corazones navideños y en nuestro hogar de Navidad. Y en esta época de esperanzas inmortales y en el aniversario de la inmortal misericordia, ¡no le cerraremos la puerta a Nadie!
El sol invernal se pone sobre pueblos y ciudades; deja una estela rojiza sobre el mar, como si la Sagrada Huella estuviera fresca sobre el agua. Pocos momentos más y se ocultará por completo. La noche se aproxima y las luces comienzan a brillar en la lejanía. Sobre la ladera de la colina, más allá de la ciudad informe y nebulosa, y en el silencioso refugio de los árboles que cercan el campanario del pueblo, los recuerdos están grabados en piedra, y brotan en flores sencillas, que crecen entre el césped, entrelazadas con enredaderas alrededor de montículos de tierra.
En la ciudad y en el pueblo, las ventanas y las puertas protegen frente al frío, hay buenos montones de leños en la chimenea, rostros alegres, música de voces jóvenes. ¡Que todo lo indigno y falso sea apartado de los lares hogareños, pero admitamos todos los demás recuerdos con ternura y ánimo! Son testigos del tiempo y de toda su consoladora y pacífica certeza; testigos de la historia que une sobre la tierra a los vivos y a los muertos; testigos de la generosa benevolencia y bondad que muchos hombres han tratado de desgarrar en pedazos.

“What Christmas is, as we grow older” se publicó en Household Words en 1851

3 comentarios:

  1. Buena y profunda descripción del sentir navideño, que sin dificultad puedo trasladar ahora a mi infancia evocando muchos paralelismos y recuerdos, aunque la impresión principal que me produce desgraciadamente es que ya no encaja en la época actual, todo se trata ahora de forma mecánica y artificial, o será que mi olfato ya no puede captar el genuino olor navideño.

    Saludos

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  2. Intento "adaptar mi Navidad" a los tiempos actuales...en algunos momentos lo consigo!
    Nos leemos!

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  3. Yo tampoco tengo ya olfato navideño, como Manulondra. Se me debió perder hace ya mucho. A pesar de ello aún conservo y he rememorado gracias al relato partes que casi estaban sepultadas.
    Un besito grande

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