6 de marzo de 2011

Jenko

Recuerdo a mi padre ayudándome enérgicamente a sentarme sobre el lomo de Jenko. Celebrábamos mi decimocuarto aniversario, mi madre organizó una discreta reunión familiar y mi padre me regaló un precioso caballo al que de inmediato llamé Jenko.
Si no dudé a la hora de escoger su nombre, era debido a que era un regalo deseado, al que mi madre terminó cediendo dando el permiso para su compra después de varios meses escuchando mis insistentes peroratas ensalzando las ventajas de tener un caballo en el establo, y dándose cuenta de que eran apoyadas por mi padre con sus silencios y algún asentimiento con la cabeza, mientras duraban aquéllas.
Al cabo de muy poco tiempo, la actitud de Jenko era comentada por todos los que frecuentaban la granja debido a la manera en que mostraba su agradecimiento hacia mis cuidados, regalándome un cariño especial, a pesar de lo poco sociable que demostró ser en algunas ocasiones, esquivando las caricias de algún visitante o poniendo difícil al veterinario su revisión periódica. También yo era poco sociable cuando se presentaba la ocasión para serlo, y supongo que este rasgo nos unió más aun, ocasionando que los largos paseos que dábamos casi todas las tardes, fueran un gran nexo entre los dos.
Noto un suave calor sobre mi rostro, y me hace abrir los ojos, que siento levemente hinchados y los dirijo hacia los rayos de luz que entran por la pared del establo. Es entonces cuando llega a mi memoria el inmediato recuerdo de como Jenko se hizo viejo y ya no se levantó más...sí, fue ayer por la mañana y aun llegó a ver estos rayos de sol que hoy vuelven a aparecer, pero no para él. Creo que debí quedarme dormida en el rincón habitual de Jenko, cuando, por la noche, entré en el establo, echándole de menos...

Gl

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