6 de marzo de 2011

Proyectos

Aquella mañana me había citado con el dueño de aquel piso situado en uno de los barrios más antiguos de Barcelona. Por mi profesión de anticuaria, no era la primera vez que se me ofrecía la posibilidad de inspeccionar todos los objetos de una vivienda antes de ponerla a la venta en una inmobiliaria. La poca puntualidad de su dueño, me llevó a pasear la vista por la estancia en la que me encontraba y detenerme frente a un secreter que necesitaba una urgente restauración. Casi sin darme cuenta, tiré de la pequeña asa de color indefinido atornillada flojamente en el centro del primer cajón y vi el revoltijo de papeleo y fotografías que contenía; a un lado, un moderado fajo de viejos retratos atado con una podrida goma elástica, contrastaba un poco con aquel desorden. Como el dueño seguía sin aparecer, me senté en un sofá que parecía mejor conservado que el secreter y empecé a mirar las fotografías.
Me detuve en la tercera imagen del fajo. Una joven pareja y sus dos hijos, sin nada más que sus proyectos, su propia fuerza y sus ilusiones para salir adelante, me hicieron pensar en mí misma...en mi vocación hecha realidad, en mis buenas ganancias después de cada negociación...aunque no tenía grandes ilusiones, tampoco hijos; llevaba seis años divorciada y no veía casi nunca a los que llamaba mis amigos.
Me apeteció acomodarme en el viejo sofá, aunque casi al instante recobré mi acostumbrada compostura profesional. El dueño del piso hacía girar la llave en la puerta de entrada. En un rápido ademán me guardé la añeja fotografía en el bolsillo interior de mi chaqueta. Apresuradamente, coloqué el cajón en el secreter.

Gl

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