21 de septiembre de 2011

Lilas en la noche


La puerta se abría segundos antes de que llegara a tocar el timbre. Un intenso aroma a lilas, inundaba el descansillo y Jorge entraba en la casa; en cuanto se alejaba de la puerta, ésta se cerraba dejándolo perdido en un amplio recibidor mal alumbrado por varias lamparillas. Frente a él se abría un pasillo, también en penumbra, que desembocaba en una estancia desde donde ella lo llamaba con un susurro; hablaba en voz baja, para entenderla era necesario acercarse, y su perfume de lilas, que llenaba la casa, se colaba por todos los poros de la piel de quien estuviera a su lado, atrapándolo.
Ahora el perfume se mezclaba con un murmullo y él sabía, sin llegar a escuchar su nombre, que ella lo llamaba; Jorge recorría el pasillo hasta encontrarla de pie, en el centro del salón, recortándose contra la poca luz que dejaban pasar las persianas entornadas. Le tendía una copa de cristal tallado, llena de un licor oscuro y, con un gesto de su mano, lo invitaba a beber. Jorge sentía cómo el líquido espeso y dulzón caía por su garganta, ella se giraba y la última imagen que el joven conservaba luego era la de su oscura melena cayéndole sobre la espalda.
Entonces, despertaba envuelto en sudor y con una sensación empalagosa en la boca. El sueño se repetía noche tras noche, dejando un rastro del intenso aroma a lilas flotando en el cuarto; al principio culpó a una mala cena, luego, al estrés, al calor del verano, a una película, a un libro...a cualquier cosa. Pero, al llegar la noche, su preocupación crecía, temía cerrar los ojos y regresar a aquella casa y, a la vez, deseaba hacerlo para saber quién era esa mujer que no podía olvidar.
De día se descubría persiguiendo, entre las jóvenes que se cruzaban en su camino, el perfume y la silueta del sueño. Buscó ayuda en la ciencia médica y en otro tipo de consultas menos científicas, pero ni una ni otras le dieron respuesta.
Terminó convenciéndose de que la clave estaba en su sueño, debería intervenir en él. Como aquellas veces que de niño se acostaba diciéndose que no tendría pesadillas, una noche se acostó convencido de poder hacerlo y, cuando el sueño llegó, rechazó la copa de licor. La mujer se acercó más para ofrecérsela y, antes de que pudiera ver el rostro despertó...El aroma a lilas había abandonado su dormitorio. No volvió a repetirse el sueño, ni a oler el perfume hasta días después.
Un camión de mudanzas ocupaba su calle y muebles y cajas dificultaban el paso. El portero explicaba a un vecino que, por fin, se vendía el primero A: el tiempo había borrado el recuerdo de la desgracia ocurrida a su propietaria y, ahora, sus herederos de deshacían de aquella carga.
Jorge no atendió los cotilleos pero, al pasar junto a la puerta abierta del piso en cuestión, se arrepintió de no haberlo hecho. De la oscuridad del pasillo, por encima del olor a cerrado, un intenso aroma a lilas se escapaba llegando hasta él.


R. País.

2 comentarios:

  1. Inquietante relato. Me ha encantado. Si es que hay sueños… que a veces nos dicen demasiado. Un bessito guapa

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  2. Es que hay sueños que quitan el sueño!
    Abrazotes, MEN!

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