13 de septiembre de 2011

Tú serás mi relevo

 La actividad laboral en el inmenso edificio que dominaba el corazón de los negocios en la gran capital, comenzaba a cesar. El fin de semana estaba encima y todo el mundo deseaba escaparse de la dura realidad durante un par de días, y Luis de Losada no era una excepción. Deseaba que el reloj marcase las tres de la tarde para salir raudo del “monstruo de hormigón”, como él definía al lugar donde trabajaba.
Sin embargo, a estas horas quedaban ya pocas personas. Y entre ellos se encontraba el propio Luis que, justo cuando se preparaba para salir, recordó que tenía que terminar de repasar un par de temas, pues el lunes debían de estar perfectamente listos en el despacho de su jefe.
El trabajo extra duró más de lo que en un principio calculó, así que cuando se disponía a coger el ascensor, a eso de las siete de la tarde, tan solo pudo ver en su planta al servicio de limpieza.
Luis de Losada cogió el ascensor, absorto en sus pensamientos y comenzó a descender los diecisiete pisos que le separaban de la salida. Cuando estaba a punto de llegar al bajo, las luces del ascensor se apagaron y repentinamente el ascensor se paró: __¡Vaya! Lo que me faltaba. ¡Quedarme encerrado en el ascensor!, comentó en voz alta, mientras pulsaba una y otra vez el botón de arranque.
Tras un par de minutos sumido en la oscuridad, el ascensor siguió su marcha. Luis de Losada se aproximó a la puerta, pero el ascensor no paró en el bajo:__Bueno, alguien lo habrá pulsado desde el garaje. El ascensor siguió bajando, primero el “menos uno”, luego el “menos dos” y tampoco paró: Pero ¡si no hay más de dos plantas de garaje! Justo en el momento que pensaba estas palabras, sintió que el ascensor descendía vertiginosamente. Percibió que el corazón se le salía por la boca, producto de la brusca bajada e instantáneamente notó que perdía el conocimiento.
Cuando se despertó, la puerta del ascensor estaba abierta. Palpó los botones del ascensor y se cercioró de que efectivamente estaba más debajo de lo que los botones indicaban:__¡Dios, qué mareo! ¿Dónde estoy? Con gran preocupación se asomó a la puerta del elevador. Miró hacia un lado y otro, para encontrarse con una pared a su derecha. Sólo había un estrecho pasillo mal iluminado que parecía no tener fin. Pulsó varios botones para intentar ascender, pero ninguno respondía a sus órdenes:__Es muy extraño todo esto. No sé como he llegado hasta aquí, pero lo peor es que no sé como voy a salir, se decía para sí mientras encendía un cigarrillo.
Por fin tomó una dirección, que parecía ser la única, y avanzó por el pasillo con mucha cautela. Un poco más adelante, el pasillo aún se estrechó más y tuvo que ayudarse con el mechero, pues la oscuridad era casi total. Al cabo de unos minutos, le pareció distinguir una luz. En efecto, a medida que se acercaba al fin del pasillo la luz se hacía más fuerte. Con extrema prudencia, Luis llegó al final y se encontró con que la luz que le servía de referencia no era sino el reflejo provocado por algo que ardía dentro de una enorme caldera. Junto a ésta, la espalda encorvada de un corpulento individuo, que se afanaba en lanzar paletadas de carbón sobre las fauces de la caldera. De repente, el individuo cesó su trabajo y, sin volver la espalda, habló a Luis de Losada:__Después de tantos años, has llegado. Luis se quedó asombrado ante tales palabras:__¿Quién es usted? El hombre no parecía prestar atención a sus requerimientos:__Pensé que nadie bajaría nunca.
Luis empezó a sudar. Sin tiempo para reaccionar, el hombre se abalanzó sobre su persona y agarrándole por la pechera, le condujo a la boca de la caldera. El calor era insoportable, y Luis pensó que así debía ser el infierno.
El individuo cogió una cadena sujeta al muro y encadenó la pierna de Luis de Losada mientras le decía con satisfacción:__Cuanto antes aprendas, mejor. Hay que echar el carbón el oleadas.
Cada cinco o seis paladas, esperas unos minutos. La vieja fábrica siempre tiene que estar funcionando...
Luis palideció. No comprendía nada. Quería respuestas. Tras varios intentos de conversación, por fin comprendió:__¿Marcharte, dices? No puedo dejarte marchar. Eres mi sustituto. Por fin descansaré. Y ahora ¡trabaja!.
Luis de Losada se sentía impotente, como Hansel y Gretel atrapados por la bruja. No supo las horas que pasó en la caldera, pero fueron las suficientes como para trazar mil planes para huir. Tenía que actuar. Y actuó.
Fue justo cuando el individuo acercó un saco de carbón. Luis de Losada levantó sobre su cabeza la pala de cargar y la estrelló sobre la espalda del hombre. Aprovechando su semiinconsciencia, cogió las llaves del bolsillo, se quitó el grillete y corrió como alma que lleva el diablo.
El retorno por el estrecho pasillo fue uno de los momentos más angustiosos de su vida. Por detrás oía los gritos de furia del hombre, que ya había iniciado su persecución...
La ventaja se estrechaba por momentos, algo que Luis de Losada no entendía pues corría con todas sus fuerzas y era mucho más joven que el hombre. Por fin divisó el final del pasillo. En un lado, el ascensor seguía con la puerta abierta. Luis se metió en el elevador rogando a Dios para que funcionase. Y funcionó. En el momento que se cerraban las puertas, escuchó los jadeos del hombre y los golpes con sus puños:__¡No puedes escaparte, eres mi sustituto! (...)
Cuando Luis llegó a la planta baja, no recordaba nada, tan sólo una extraña sensación de vacío en su interior. Posiblemente, Luis nunca recuerde qué ocurrió. Pero alguien sigue esperando más abajo del sótano a que otra persona le sustituya.


M. SQUARE.

1 comentario:

  1. Interesante relato, Gloriana.

    ¿Para cuando en el nuevo foro el hilo tuyo de relatos y textos? Lo echo de menos por allí.

    Un abrazo.

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