1 de noviembre de 2020

Constancio C. Vigil

Engáñase quien piensa que es indiferente hablar de cualquier cosa y de cualquier manera. La prudencia velando por nuestra paz nos manda elegir los temas para hablar y asimismo elegir las palabras para expresarnos. Porque, como dijo también Jesús, "de la abundancia del corazón habla la boca". Con la palabra se hiere, se roba, se mata; con la palabra se ayuda, se alivia, se cura, se enseña y se redime. Al hablar sacamos el bien o el mal de nuestro ser y lo ponemos en los demás. Al hablar podemos mejorar o hacer peores a quienes nos escuchan. Con palabras se une o separa a los hermanos, a los amigos, a los vecinos, a los pueblos; se despierta en el semejante el anhelo de ser bueno; se extirpan o siembran odios; se amargan o dulcifican corazones.

Nuestras palabras son algo esencial para nuestro bien. Preferible el silencio, al hablar sin razonamiento y discreción. En pos del mal hablar, viene el arrepentirse. Este arrepentimiento ensombrece la vida poco a poco y llena el alma de una vaga e incurable pesadumbre.

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